El Último Vals de los medios tradicionales

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  El circo mediático del 2025 no es sólo la pista donde Donald Trump regresa a la Casa Blanca, sino que viene con un upgrade digno de Black ...

 

El circo mediático del 2025 no es sólo la pista donde Donald Trump regresa a la Casa Blanca, sino que viene con un upgrade digno de Black Mirror peligrosamente combinado con el derrumbe de los medios tradicionales y la cada vez mayor polarización provocada en gran medida por la entronización digital plena en nuestras vidas.

Inevitablemente tenemos que abordar la caída de los medios tradicionales. Esta es una era distópica en la que atestiguamos cómo TikTok se convierte en la fuente de noticias predilecta de los menores de 24 años (con un incremento del 33% en su consumo informativo), mientras que los periódicos impresos agonizan con caídas de circulación que superan el 20% anual. ¡Quién hubiera imaginado que el futuro del periodismo estaría en videos de 15 segundos con música de fondo!

Los medios impresos fueron durante mucho tiempo, quizá demasiado, esas nobles instituciones que representaban el más rancio "cuarto poder". Los que fuimos reporteros de a pie durante los noventas y los dosmiles soñábamos con formar parte de la plantilla de esos edificios tan respetables, pues sabíamos que eso nos abría paso a ese selecto grupo de 'vacas sagradas'.

Cuando por fin me tocó dirigir un periódico, lo hice en condiciones extrañas. Era el 2018 y me sucedió en una ciudad víctima de una delincuencia brutal y, aún así, los índices de circulación de ese añoso periódico eran bestialmente bajos, y la lista de suscriptores también iba en picada, contrastando con la subida brutal de personas suscribiéndose a medios basados en redes sociales. Fue un golpe de realidad descomunal. Y eso fue antes de la pandemia.

Hoy, en pleno 2025 vemos cómo los diarios hacen malabares para mantener sus suscripciones digitales. The New York Times es el único periódico impreso que puede presumir de sus 15 millones de suscriptores digitales, pero es la excepción que confirma la regla - el resto del sector periodístico tradicional está teniendo su propio evento de extinción masiva, comparable al de los dinosaurios, solo que sin el consuelo del meteorito.

¿Y qué decir de la confianza en los medios? Según Reuters, apenas un 42% de la población global confía en la mayoría de las noticias la mayor parte del tiempo. El otro 58% probablemente confía más en lo que dice su tío conspiranoico en el grupo familiar de WhatsApp.

En este fascinante espectáculo de horror, Elon Musk hace las veces de maestro de ceremonias, mientras los medios tradicionales ven cómo su audiencia se desvanece más rápido que sus ingresos publicitarios. 

CNN, otrora gigante de las noticias 24/7, ha visto su audiencia desplomarse en más de un 60% en los últimos años. ¡Pero hey, al menos tienen más tiempo para cubrir vuelos desaparecidos!

Todo esto tiene mucho que ver con el cambio de carrier informativo. Antes todo era consumo por separado: la radio, la televisión y los periódicos eran sistemas que no se necesitaban el uno al otro para subsistir y generar ingreso. Hoy la radio se escucha en el celular en forma de podcasts, hoy la televisión se consume en forma de streaming en el celular, hoy se leen las noticias en el celular.

Pero eso no es todo. Hay otro cambio significativo que tiene muco que ver con la era digital, y es la tendencia creciente de las audiencias a creer en la desinformación.

Cada vez más gente cree, por ejemplo, que la  Tierra es plana y que los lagartos illuminati controlan el precio del aguacate.

La desinformación es el arte de estar equivocado con convicción, mientras que las teorías conspirativas son como las telenovelas turcas: dramáticas, enrevesadas y sorprendentemente populares.

¿Y por qué hoy somos tan propensos a caer en estas trampas mentales? Simple: nuestro cerebro es como un club exclusivo que solo admite ideas que ya son socias VIP. Lo llamamos "razonamiento motivado", que es una manera elegante de decir "mi opinión es un hecho y tus hechos son una opinión".

Gracias a internet, ahora cualquier idea, por descabellada que sea, puede encontrar su tribu. Es como un Tinder para teorías conspirativas: swipe right si crees que la Luna es un holograma, swipe left si aún confías en la ciencia. En los años 70, un terraplanista tenía que conformarse con gritar sus teorías en el parque; ahora puede ser un influencer con millones de seguidores y una línea de merchandising.

Aquí es donde entra ese selecto grupo de influencers que llenan con su ignorancia todo el tinglado digital. Son personas que nunca aparecerían en Nature o Science pero que pueden explicarte la teoría de la relatividad mientras promocionan suplementos vitamínicos o cómo escribir con tinta azul te ayuda a adelgazar. 

Y no olvidemos a nuestros queridos algoritmos, esos celestinos digitales que nos emparejan con información que confirma nuestros sesgos. Es como vivir en un eco chamber con servicio de habitaciones: "¿Desea más contenido que confirme sus prejuicios, señor? ¡Allí le va!"

La información online es como la comida rápida: inmediata, adictiva y mala para tu salud mental. Preferimos tweets incendiarios de 280 caracteres a análisis profundos, porque ¿quién tiene tiempo para la complejidad cuando hay gatos que ver?

Así es como de la mando del descrédito de los medios hemos llegado también a la polarización, ese maravilloso fenómeno donde vemos a los que piensan diferente como si fueran alienígenas hostiles. Ya no es suficiente estar en desacuerdo: hay que considerar al otro bando como una amenaza existencial a todo lo sagrado y bueno en el mundo.

¿La solución? Bueno, podríamos empezar por admitir que tal vez, solo tal vez, no tenemos razón en absolutamente todo. Pero eso sería demasiado radical, ¿no? Mejor sigamos compartiendo memes sobre cómo las vacunas te convierten en un router 5G.

¡Qué tiempos para estar vivo y creer en absolutamente cualquier cosa!

Para complementar la tragedia de los medios, aún no nos reponemos tras ver a los oligarcas tecnológicos acuerpando a Donald Trump en su toma de protesta como presidente de Estados Unidos. La horrorosa confirmación de que los magnates tecnológicos son los nuevos grandes poderes políticos a nivel mundial.

Las tecnológicas se convirtieron ya en nuestros nuevos señores feudales digitales.

En el papel principal, tenemos a Mark Zuckerberg, ese encantador CEO que pasó de "conectar al mundo" a "ups, ¿quién puso todas estas fake news en mi plataforma?". No es que haya dejado de ser woke, la realidad es que nunca lo fue, del mismo modo que un camaleón no "deja" de ser verde: simplemente adopta el color que más le conviene para sobrevivir.

Y en el papel secundario pero no menos importante, Jeff Bezos, el hombre que compró el Washington Post como quien compra un accesorio de moda, solo para descubrir que el periodismo de calidad no se envía con Prime en dos días.

Las big tech son como esos amigos que te dicen "no es personal, son negocios" mientras te clavan un algoritmo por la espalda. Han pasado de ser las optimistas promotoras de la "democratización de la información" a convertirse en los árbitros supremos de qué es verdad y qué es "contenido que no cumple con nuestros estándares comunitarios".

El regreso de Trump a la Casa Blanca destapa que las tecnológicas finalmente admiten lo que siempre fueron: gobiernos corporativos con términos y condiciones de uso. Ya no necesitan fingir que les importa la verdad objetiva - ahora pueden permitir que las mentiras fluyan libremente bajo el noble estandarte de la "libertad de expresión".

¿Y que hacemos ahora con los medios tradicionales? Pues parece que están muy cómodos en su papel de dinosaurios que miran al cielo y ven un algoritmo en lugar de un meteorito. 

No es nada personal, es solo que ya no son rentables en el ecosistema de la "participación" y los "clicks".

Nos encontramos en un mundo donde la verdad es lo que el algoritmo dice que es, donde los hechos son opcionales y las opiniones son la nueva moneda de cambio. Las tecnológicas no son buenas ni malas - son simplemente corporaciones haciendo único que saben hacer: maximizar beneficios y minimizar responsabilidades.

Para ellos la verdad es escalable, pero las mentiras son virales.

Que san Joseph Pulitzer nos ampare, aunque a estas alturas, probablemente él también estaría abriendo su canal de TikTok.

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