En plena posmodernidad, globalización económica, pluralidad cultural, religiosa y hasta política, Claudia Sheinbaum apela de nuevo a la an...
En plena posmodernidad, globalización económica, pluralidad cultural, religiosa y hasta política, Claudia Sheinbaum apela de nuevo a la anacrónica hispanofobia que los mexicanos somos incapaces de superar.
Usó un video que "demuestra" que otros países son “bonitos” porque si se disculpan... Ése es el nivel...
Extraña que recurra a este tipo de jugarretas de imberbes siendo científica y autodenominándose una y otra vez como dirigente de vanguardia y acorde a estos tiempos, pero no. En vez de adoptar una posición de integración, de hermandad entre los pueblos y en razón de esta una mayor interdependencia e interacción entre las naciones, pues no. Recurre de nuevo a los traumas de la niñez como forma de hacer política bananera.
La hispanofobia es natural entre los mexicanos, y no está arraigada por casualidad. No en balde dos emperadores fueron pasados por las armas. Agustín de Iturbide fue fusilado en 1824, y Maximiliano en 1867.
Este sentimiento hispanofóbico ha sido reforzado por los libros de texto. El libro de Historia de México para 5.º grado, cuya primera versión se publicó en 1962 ya era sumamente crítico con la dominación colonial de España en México, y las ediciones más recientes no han cambiado el tono.
La semilla del odio a los españoles tiene simientes que datan de más atrás.
Cuando México estaba recién independizado de España, siempre persisitió el miedo de que 'la madre patria' intentara una reconquista. Y esos temores se confirmaron no una, sino dos veces.
En 1827, el padre Joaquín Arenas, instalado en México, lideró una conspiración entre peninsulares y criollos que buscaban restaurar el dominio español en México -con el pretexto de reactivar relaciones con la Santa Sede-. La conspiración del padre Arenas sembró el estigma del traidor en todo español que estuviera avecindado aquí en México. Y esto sirvió de pretexto para incluso prohibir que hubiera españoles aquí en México.
Era conocido que el rey Fernando VII dijo que tenía toda la intención de que su monarquía recuperara el dominio español en México, y quizá no logró su objetivo gracias a que José Bonaparte, hermano de Napoleón, se interpuso en su camino. Pero lo cierto es que hubo una expedición financiada por el Rey para que se buscara la reconquista de México por parte de España, encabezada por el brigadier Isidro Barradas, y partió de Cuba para llegar a las costas de Tamaulipas con tres mil soldados españoles que fueron derrotados por Antonio López de Santa Anna, quien a su ve usó este incidente como propaganda para instaurarse como el caudillo salvador de México que evitó que volviésemos a ser una colonia.
Irónicamente, por ser Antonio López de Santa Anna justamente el zoquete que terminó perdiendo más de la mitad del territorio mexicano, no se recuerda esta 'gesta heróica'. Sin embargo, la hispanofobia después de ese incidente se instaló por completo en el ADN mexicano.
Curiosamente, quien terminó por refinar la hispanofobia mexicana fue Porfirio Díaz a la luz de su enfermiza europeización como sinónimo de desarrollo nacional, algo que los que escribieron la historia después lo utilizaron en su contra.
Grandes pensadores como Octavio Paz y Samuel Ramos advirtieron y señalaron con puntillosa presición el absurdo de la renuncia mexicana al padre hispano y el abrazo dogmático a la madre indígena. Los círculos intelectuales que favorecían a la Revolución definieron a la hispanofobia como algo revolucionario y nuevo, y al hispanismo como reaccionario y conservador. Disfrazaron la raíz indígena como emancipación y descolonización, dotándola de una madurez cultural e histórica inexistentes, e identificó la perspectiva de derecha como un grupo de desvergonzados defensores de la labor de los españoles para civilizar a la América.
Todo esto sirve para ilustrar el ridículo que hoy padecemos: tenemos pleito con nuestro segundo socio comercial por unos párrafos del libro de 5.º grado de primaria.
Ese es el 'calibre' de nuestra de nuestra Presidencia de la República, que sigue insistiendo en una exigencia estúpida y anacrónica: una disculpa por parte de un país que ya no existe hacia otro país que ya no existe.
Queramos o no, somos hijos del mestizaje, somos ciudadanos completamente distintos. Pero eso sí, seguimos siendo víctimas de una narrativa absurda explotada políticamente para mantener a toda la chairiza, a los solovinos y a los adictos a la 4T entretenidos en un interminable y aburrido programa de Siempre en Domingo.