Es prácticamente una regla de la vida, y sin embargo nada nos prepara para afrontar el momento en el que sentimos la necesidad apremiante de...
Es prácticamente una regla de la vida, y sin embargo nada nos prepara para afrontar el momento en el que sentimos la necesidad apremiante de salir de donde estamos. Experimentar algo radicalmente nuevo nos lleva a querer cambiar de pareja, de lugar de residencia, de trabajo, de profesión y de ambiente. Nos invade una pregunta ¿me quedo en este “lugar” en el que mi vida parece irse apagando, o suelto amarras y me lanzo a lo desconocido?
Eso que nos impulsa a salir de donde estamos, dependiendo de nuestra situación, nuestra persona, nuestras relaciones, nuestra edad y nuestra historia, puede ser la búsqueda de sentido, la insatisfacción, el sufrimiento, el malestar y el aburrimiento o la falta de motivación. También pueden ser preguntas como: ¿voy a seguir así hasta mi vejez?, ¿es esto lo que quiero?, ¿qué sentido tiene lo que estoy haciendo y cómo estoy viviendo mi vida?.
Decidir cambiar implica provocar rupturas, confusión y sufrimiento, y entrar en crisis. No hay forma de evitarlo. Y es aquí en donde muchas personas se detienen y ahondan la incertidumbre en la que viven.
Hay muchas personas que entre los 40 y los 50 años se dan cuenta de que no viven su vida, o que la que tienen no es la que desean. De pronto se dan cuenta de que quieren dejar el trabajo que llevan haciendo durante años y dedicarse a otra cosa, o formarse en otros ámbitos profesionales. Hay quienes lo llevan a extremos como apuntarse a una ONG e irse a África, a Europa o a Asia, o bien dejan a su pareja y se van solos o con otra persona. Estallan en un paroxismo de cambio radical.
Y lo hemos visto una y otra vez. Una transformación brusca desemboca en una crisis existencial profunda.
Cuando nos avasalla esa casi irresistible sensación de querer empezar todo de nuevo, es imprescindible reflexionar, escribir, pasear y estar en contacto con la naturaleza para escucharnos a nosotros mismos. También abrirse y conversar, sincerarnos y arriesgarnos a ser incomprendidos para buscar crear nuevos vínculos. Es posible que perdamos a personas que nos han acompañado en una parte de nuestra vida, pero aparecerán otras relaciones que nos alimentarán de maneras diferentes. La clave es avanzar en un mundo lleno de incertidumbres.
También es importante ser consciente de qué queremos saber de nosotros mismos, y estar dispuestos a descubrir nuevos sentidos para nuestro ser y nuestro hacer.
Llegar a todo esto requiere de enfrentar miedos (a la ruptura, al conflicto o a ser incomprendido) que nos exigen hacernos por lo menos tres preguntas: ¿Qué quiero realmente? ¿Qué obstáculos enfrentaré? ¿Qué me impide afrontar o superar ese obstáculo?
Muchas veces el cambio llega aunque no lo queramos. La jubilación, la muerte o la huida del cónyuge, los accidentes. Si uno comete el error de enfrentar rehacer su proyecto vital desde la resignación, sintiéndose atrapado en ella, nuestra vida y nuestra ilusión se apagarán lentamente.
Otras veces, cuando nuestro proyecto de vida se ha basado en lograr éxito, poder, dinero, privilegios y estatus, llega un momento que todo deja de tener sentido. El individualismo en el que se ha sustentado nuestra vida deja de nutrirnos, y es entonces cuando necesitamos abrirnos a los otros para plantearnos el sentido de nuestra presencia en el mundo creando espacios de conexión, comunión y comunidad con los otros. Pasamos de pedir y necesitar a dar y compartir, y en el dar y en el darse es donde se planta la semilla de la felicidad. En momentos de gran tristeza, servir ayuda a salir de ese estado y a conectar con la alegría.
Servir a los demás incrementa nuestra capacidad de amar al prójimo. Se fortalece la generosidad. La persona que sirve a los demás crece en humanidad y en grandeza. No una basada en la ostentación o la fama, sino en la de vivir una vida con auténtico y verdadero sentido.
jose@antoniozapata.com
Eso que nos impulsa a salir de donde estamos, dependiendo de nuestra situación, nuestra persona, nuestras relaciones, nuestra edad y nuestra historia, puede ser la búsqueda de sentido, la insatisfacción, el sufrimiento, el malestar y el aburrimiento o la falta de motivación. También pueden ser preguntas como: ¿voy a seguir así hasta mi vejez?, ¿es esto lo que quiero?, ¿qué sentido tiene lo que estoy haciendo y cómo estoy viviendo mi vida?.
Decidir cambiar implica provocar rupturas, confusión y sufrimiento, y entrar en crisis. No hay forma de evitarlo. Y es aquí en donde muchas personas se detienen y ahondan la incertidumbre en la que viven.
Hay muchas personas que entre los 40 y los 50 años se dan cuenta de que no viven su vida, o que la que tienen no es la que desean. De pronto se dan cuenta de que quieren dejar el trabajo que llevan haciendo durante años y dedicarse a otra cosa, o formarse en otros ámbitos profesionales. Hay quienes lo llevan a extremos como apuntarse a una ONG e irse a África, a Europa o a Asia, o bien dejan a su pareja y se van solos o con otra persona. Estallan en un paroxismo de cambio radical.
Y lo hemos visto una y otra vez. Una transformación brusca desemboca en una crisis existencial profunda.
Cuando nos avasalla esa casi irresistible sensación de querer empezar todo de nuevo, es imprescindible reflexionar, escribir, pasear y estar en contacto con la naturaleza para escucharnos a nosotros mismos. También abrirse y conversar, sincerarnos y arriesgarnos a ser incomprendidos para buscar crear nuevos vínculos. Es posible que perdamos a personas que nos han acompañado en una parte de nuestra vida, pero aparecerán otras relaciones que nos alimentarán de maneras diferentes. La clave es avanzar en un mundo lleno de incertidumbres.
También es importante ser consciente de qué queremos saber de nosotros mismos, y estar dispuestos a descubrir nuevos sentidos para nuestro ser y nuestro hacer.
Llegar a todo esto requiere de enfrentar miedos (a la ruptura, al conflicto o a ser incomprendido) que nos exigen hacernos por lo menos tres preguntas: ¿Qué quiero realmente? ¿Qué obstáculos enfrentaré? ¿Qué me impide afrontar o superar ese obstáculo?
Muchas veces el cambio llega aunque no lo queramos. La jubilación, la muerte o la huida del cónyuge, los accidentes. Si uno comete el error de enfrentar rehacer su proyecto vital desde la resignación, sintiéndose atrapado en ella, nuestra vida y nuestra ilusión se apagarán lentamente.
Otras veces, cuando nuestro proyecto de vida se ha basado en lograr éxito, poder, dinero, privilegios y estatus, llega un momento que todo deja de tener sentido. El individualismo en el que se ha sustentado nuestra vida deja de nutrirnos, y es entonces cuando necesitamos abrirnos a los otros para plantearnos el sentido de nuestra presencia en el mundo creando espacios de conexión, comunión y comunidad con los otros. Pasamos de pedir y necesitar a dar y compartir, y en el dar y en el darse es donde se planta la semilla de la felicidad. En momentos de gran tristeza, servir ayuda a salir de ese estado y a conectar con la alegría.
Servir a los demás incrementa nuestra capacidad de amar al prójimo. Se fortalece la generosidad. La persona que sirve a los demás crece en humanidad y en grandeza. No una basada en la ostentación o la fama, sino en la de vivir una vida con auténtico y verdadero sentido.
jose@antoniozapata.com