Las mismas frases llenan Facebook, Twitter y Whatsapp: “Estoy harto, no puedo más”, “Este dolor-pena-ausencia-pobreza-falta me abruma y no m...
Las mismas frases llenan Facebook, Twitter y Whatsapp: “Estoy harto, no puedo más”, “Este dolor-pena-ausencia-pobreza-falta me abruma y no me deja hacer nada, se me quitan hasta las ganas de vivir”, “Todos tienen mejores oportunidades que yo, no vale la pena la vida", y así, un largo etcétera de quejas.
Eso pensamientos son detonados con las cosas más nimias, desde el dolor crónico, la falta de trabajo, una ruptura sentimental, hacer cola en el banco, hasta el tráfico de la ciudad.
Es muy frecuente que las personas culpen y maldigan al entorno, y a lo que ocurre a su alrededor, porque lo identifican como el provocador de su sufrimiento. Craso error.
Es frecuente que nuestros pensamientos den vueltas y vueltas en nuestra mente, y que a veces sean ideas, miedos y consignas aterradoras que no creemos poder dominar, y no es poco frecuente que tengamos la sensación de que nos es imposible relacionarnos con nosotros mismos porque lo que “nuestra mente nos dice” nos causa una angustia tremenda.
En realidad somos nosotros los responsables de lo que sentimos. No es el entorno el que nos provoca ansiedad, sino lo que nosotros interpretamos de él. La gran ventaja de esto es que somos precisamente nosotros los que podemos cambiar nuestro estilo cognitivo en el momento en el que decidamos entrenar otra forma de pensar.
No se trata de volvernos de la noche a la mañana en personas superpositivas y superoptimistas. Eso es un cuento fantasioso apoyado sólo por videos de YouTube. Si bien es cierto que el mundo no es color de rosa, tampoco es un lugar sombrío y hostil. Pensar que podemos controlar el entorno siendo arrolladoramente positivos es una pérdida de tiempo y nos puede provocar ansiedad, pues nos lleva a controlar todo sin delegar. Dejar de prestar atención a lo inútil no es irresponsable, al contrario, nos permite estar en el presente.
Darle vueltas una y otra vez a las preocupaciones y a los problemas son precisamente el problema. Nuestro cerebro no se calma dándole vueltas a ideas no controlables. En lugar de tanto vericueto piense en soluciones. En vez de enfocarse en el eterno “¿por qué a mí?”, dirija su energía a “¿qué tengo que hacer, cómo me aplico para encontrar una solución?”.
Quebrarse la cabeza tratando de razonarlo todo sin aceptar lo que no depende de nosotros es también otra batalla perdida. Debemos aprender a vivir con un grado de incertidumbre y a tomar decisiones con un poquito de riesgo, y el victimismo, la falta de recursos o la baja autoestima sólo sirven para meter el dedo en la llaga sin llegar a ningún lado.
Si dejamos que cada preocupación se convierta en una batalla personal, estaremos luchando día y noche. Y créame que las noches son el peor momento para librar esas luchas internas, porque tendemos a ver todo de forma mucho más catastrófica. Las noches son para dormir, no para resolver dilemas.
Pensar en lo peor que puede pasar no sirve para protegernos. Nuestros miedos versan sobre un futuro que no va a suceder, y al final, aunque no todo termina saliendo bien, es cierto que no es tan trágico como había pronosticado. Y hasta entonces nos damos cuenta que sufrimos gratis de forma anticipada, o dicho de otra manera: a lo tonto.
Siempre es mejor reírnos de lo que pensamos. Siempre nos pasa que es muy divertido reírse a toro pasado, y vale la pena aplicar ese forma de ver las cosas con los problemas presentes. De esa forma usted pasará a tener control sobre sus preocupaciones y emociones. Retar a nuestros miedos también es muy útil. Decir en voz alta “¿acaso vas a poder conmigo, problemita?”, “¿Me voy a dejar asustar por ti? Pero si no me has visto, tontería”. Hablarle en este tono a nuestros miedos hace que nos sintamos superiores a ellos.
Y por supuesto, es indispensable que dejemos de tener conversaciones absurdas con nuestros pensamientos, porque en realidad son berrinches mentales que buscan nuestra atención y, como nos sentimos angustiados, se la entregamos.
Nadie puede “no tener pensamientos” que le atormenten. Pero lo que sí podemos es elegir otros. Al final la vida es elegir: podemos elegir ser una víctima, o podemos elegir ser cualquier otra cosa que nos propongamos.
jose@antoniozapata.com
Eso pensamientos son detonados con las cosas más nimias, desde el dolor crónico, la falta de trabajo, una ruptura sentimental, hacer cola en el banco, hasta el tráfico de la ciudad.
Es muy frecuente que las personas culpen y maldigan al entorno, y a lo que ocurre a su alrededor, porque lo identifican como el provocador de su sufrimiento. Craso error.
Es frecuente que nuestros pensamientos den vueltas y vueltas en nuestra mente, y que a veces sean ideas, miedos y consignas aterradoras que no creemos poder dominar, y no es poco frecuente que tengamos la sensación de que nos es imposible relacionarnos con nosotros mismos porque lo que “nuestra mente nos dice” nos causa una angustia tremenda.
En realidad somos nosotros los responsables de lo que sentimos. No es el entorno el que nos provoca ansiedad, sino lo que nosotros interpretamos de él. La gran ventaja de esto es que somos precisamente nosotros los que podemos cambiar nuestro estilo cognitivo en el momento en el que decidamos entrenar otra forma de pensar.
No se trata de volvernos de la noche a la mañana en personas superpositivas y superoptimistas. Eso es un cuento fantasioso apoyado sólo por videos de YouTube. Si bien es cierto que el mundo no es color de rosa, tampoco es un lugar sombrío y hostil. Pensar que podemos controlar el entorno siendo arrolladoramente positivos es una pérdida de tiempo y nos puede provocar ansiedad, pues nos lleva a controlar todo sin delegar. Dejar de prestar atención a lo inútil no es irresponsable, al contrario, nos permite estar en el presente.
Darle vueltas una y otra vez a las preocupaciones y a los problemas son precisamente el problema. Nuestro cerebro no se calma dándole vueltas a ideas no controlables. En lugar de tanto vericueto piense en soluciones. En vez de enfocarse en el eterno “¿por qué a mí?”, dirija su energía a “¿qué tengo que hacer, cómo me aplico para encontrar una solución?”.
Quebrarse la cabeza tratando de razonarlo todo sin aceptar lo que no depende de nosotros es también otra batalla perdida. Debemos aprender a vivir con un grado de incertidumbre y a tomar decisiones con un poquito de riesgo, y el victimismo, la falta de recursos o la baja autoestima sólo sirven para meter el dedo en la llaga sin llegar a ningún lado.
Si dejamos que cada preocupación se convierta en una batalla personal, estaremos luchando día y noche. Y créame que las noches son el peor momento para librar esas luchas internas, porque tendemos a ver todo de forma mucho más catastrófica. Las noches son para dormir, no para resolver dilemas.
Pensar en lo peor que puede pasar no sirve para protegernos. Nuestros miedos versan sobre un futuro que no va a suceder, y al final, aunque no todo termina saliendo bien, es cierto que no es tan trágico como había pronosticado. Y hasta entonces nos damos cuenta que sufrimos gratis de forma anticipada, o dicho de otra manera: a lo tonto.
Siempre es mejor reírnos de lo que pensamos. Siempre nos pasa que es muy divertido reírse a toro pasado, y vale la pena aplicar ese forma de ver las cosas con los problemas presentes. De esa forma usted pasará a tener control sobre sus preocupaciones y emociones. Retar a nuestros miedos también es muy útil. Decir en voz alta “¿acaso vas a poder conmigo, problemita?”, “¿Me voy a dejar asustar por ti? Pero si no me has visto, tontería”. Hablarle en este tono a nuestros miedos hace que nos sintamos superiores a ellos.
Y por supuesto, es indispensable que dejemos de tener conversaciones absurdas con nuestros pensamientos, porque en realidad son berrinches mentales que buscan nuestra atención y, como nos sentimos angustiados, se la entregamos.
Nadie puede “no tener pensamientos” que le atormenten. Pero lo que sí podemos es elegir otros. Al final la vida es elegir: podemos elegir ser una víctima, o podemos elegir ser cualquier otra cosa que nos propongamos.
jose@antoniozapata.com