Diga con toda sinceridad cuántas veces en este mes ha dicho usted, si no es que lo ha reclamado: "¡No me estás escuchando!". Revís...
Diga con toda sinceridad cuántas veces en este mes ha dicho usted, si no es que lo ha reclamado: "¡No me estás escuchando!".
Revísese con detenimiento, porque es frecuente que el que siente que no es escuchado es porque no escucha a los demás.
Esta situación es frecuente cuando nuestro interlocutor nos está prestando atención desde sus propios ruidos mentales y no está abierto, y en estos casos conviene preparar el terreno de la conversación, el momento y a la persona que queremos que nos escuche.
Primero que nada, escuchemos el montón de voces que traemos con nosotros mismos: la de su rol, la de su responsabilidad, las de su pasado, la de la opinión de otras personas, la de sus deseos insatisfechos, la de su lógica racional, la voz de sus miedos y preocupaciones, y la de su intuición, su conciencia... y otras más que seguro organizan su cháchara en este mar de voces interiores que somos.
Si nuestra mente habla a todas horas, pregúntese ¿qué calidad de escucha puedo ofrecer?, ¿puedo silenciar a todas esas voces para escuchar?
No es tan sencillo como se lee. Es necesario detenerse, respirar pausadamente, desacelerar el frenesí de la vida actual, desconectar uno a uno los ruidos externos y hacer limpieza de ellos como si fueran la basura que se acumula en casa. Sólo así puede usted incorporar nuevos datos y no juzgar ni suponer de antemano.
La naturaleza es sabia y nos dio dos orejas para ampliar nuestra capacidad de escucha. Pero ¿desde dónde escuchamos? La mayor parte del tiempo lo hacemos desde nuestro piloto automático y con los hábitos adquiridos, y oímos solo lo que nos confirma lo que ya sabemos y lo que creemos. Estamos tan centrados en nosotros mismos que antes de que el otro termine la frase le decimos: “Sí, eso ya lo sé”. Nos juramos a nosotros mismos que entendemos al otro, y ni siquiera le dejamos que termine su narración, porque nos limitamos a lo que confirma nuestras opiniones.
La clave es empezar a escuchar con la intención de ser empáticos con quien nos habla. Eso nos permite dejar de limitarnos a captar los datos que se comparten con nosotros y centrarnos en el sentir. Conectamos. En ese vínculo dejamos nuestra agenda personal y nos abrimos a sentir lo que la otra persona dice. Atendemos sin juzgar, y lo hacemos desde la aceptación.
Cuando desarrollamos con eficacia esta capacidad de conectar con quien nos habla entonces creamos otro nivel de escucha que genera un estado diferente mientras la practicamos, y requiere que accedamos no solo a nuestro corazón abierto, sino también a nuestra voluntad abierta. Pasamos por un cambio profundo y sutil que nos conecta con una fuente de saber más profunda, y es cuando aprendemos real y genuinamente de los demás.
Cuando nuestra mente está serena, y el corazón y la voluntad abiertos, escuchar va más allá de nosotros, y más allá del otro, porque en realidad nos conecta con otra dimensión más universal. No es sencillo ponerlo en palabras, pero se trata de sentir al otro y estar en comunión con el todo. Nos alejamos del 'yo' simple, caen las barreras que nos separan y sentimos la interconexión con todos y con el todo. Comprendemos y abrazamos la existencia del otro y más allá del otro, y entonces es cuando llega la maravillosa sensación de estar en el campo que nos une y que estamos en él.
jose@antoniozapata.com
Revísese con detenimiento, porque es frecuente que el que siente que no es escuchado es porque no escucha a los demás.
Esta situación es frecuente cuando nuestro interlocutor nos está prestando atención desde sus propios ruidos mentales y no está abierto, y en estos casos conviene preparar el terreno de la conversación, el momento y a la persona que queremos que nos escuche.
Primero que nada, escuchemos el montón de voces que traemos con nosotros mismos: la de su rol, la de su responsabilidad, las de su pasado, la de la opinión de otras personas, la de sus deseos insatisfechos, la de su lógica racional, la voz de sus miedos y preocupaciones, y la de su intuición, su conciencia... y otras más que seguro organizan su cháchara en este mar de voces interiores que somos.
Si nuestra mente habla a todas horas, pregúntese ¿qué calidad de escucha puedo ofrecer?, ¿puedo silenciar a todas esas voces para escuchar?
No es tan sencillo como se lee. Es necesario detenerse, respirar pausadamente, desacelerar el frenesí de la vida actual, desconectar uno a uno los ruidos externos y hacer limpieza de ellos como si fueran la basura que se acumula en casa. Sólo así puede usted incorporar nuevos datos y no juzgar ni suponer de antemano.
La naturaleza es sabia y nos dio dos orejas para ampliar nuestra capacidad de escucha. Pero ¿desde dónde escuchamos? La mayor parte del tiempo lo hacemos desde nuestro piloto automático y con los hábitos adquiridos, y oímos solo lo que nos confirma lo que ya sabemos y lo que creemos. Estamos tan centrados en nosotros mismos que antes de que el otro termine la frase le decimos: “Sí, eso ya lo sé”. Nos juramos a nosotros mismos que entendemos al otro, y ni siquiera le dejamos que termine su narración, porque nos limitamos a lo que confirma nuestras opiniones.
La clave es empezar a escuchar con la intención de ser empáticos con quien nos habla. Eso nos permite dejar de limitarnos a captar los datos que se comparten con nosotros y centrarnos en el sentir. Conectamos. En ese vínculo dejamos nuestra agenda personal y nos abrimos a sentir lo que la otra persona dice. Atendemos sin juzgar, y lo hacemos desde la aceptación.
Cuando desarrollamos con eficacia esta capacidad de conectar con quien nos habla entonces creamos otro nivel de escucha que genera un estado diferente mientras la practicamos, y requiere que accedamos no solo a nuestro corazón abierto, sino también a nuestra voluntad abierta. Pasamos por un cambio profundo y sutil que nos conecta con una fuente de saber más profunda, y es cuando aprendemos real y genuinamente de los demás.
Cuando nuestra mente está serena, y el corazón y la voluntad abiertos, escuchar va más allá de nosotros, y más allá del otro, porque en realidad nos conecta con otra dimensión más universal. No es sencillo ponerlo en palabras, pero se trata de sentir al otro y estar en comunión con el todo. Nos alejamos del 'yo' simple, caen las barreras que nos separan y sentimos la interconexión con todos y con el todo. Comprendemos y abrazamos la existencia del otro y más allá del otro, y entonces es cuando llega la maravillosa sensación de estar en el campo que nos une y que estamos en él.
jose@antoniozapata.com