La versión romántica del periodista duro es no creer lo que nos dicen, poner todo en duda y no dejarse sorprender por nada; esa tendencia pr...
La versión romántica del periodista duro es no creer lo que nos dicen, poner todo en duda y no dejarse sorprender por nada; esa tendencia prevaleció mucho tiempo en mi ideal reporteril, hasta que un buen día me di cuenta de que era inútil abstraerse de la fascinante vida y todas sus dramáticas y asombrosas vueltas.
La sorpresa puede ser tanto positiva como negativa, pero siempre podemos inducir aquella que es motor del descubrimiento, de la creatividad, de la atención, del aprendizaje e incluso de la empatía; es una actitud, una manera de vivir y de enfrentarse a la realidad. Marcel Proust dijo que “el verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos”, y es precisamente de lo que se trata: estamos rodeados de un mundo fascinante, de cosas maravillosas y de gente excepcional, sólo hace falta saber mirar.
Los sentidos nos permiten maravillarnos de un olor, de un sabor, de un tacto, de un sonido o de una imagen, pero precisan de nuestra atención para ser activados, y entrenados para que nos indiquen el camino a la sorpresa y el descubrimiento, y es entonces cuando nos damos cuenta que lo asombroso pasa frente a nosotros a cada momento.
Entrenar los sentidos requiere que aprendamos a estar en silencio con nosotros mismos y con nuestros pensamientos, pues sólo así podemos prepararnos; si nos quitamos los audífonos y dejamos de ver el celular podremos atender todo lo que pasa a nuestro alrededor; luego debemos ser capaces de fluir con nuestros pensamientos, tranquilos y relajados, esto no requiere de un estado zen ni mucho menos, esto lo podemos conseguir en el Optibús, en el taxi, conduciendo, caminando por la calle o sentados en una banca del Centro Histórico; lo importante es conseguir silenciar el ruido y gozar de estar acompañados de nosotros mismos.
Una vez que aprendemos a silenciar el ruido podemos conectar con el mundo y activar los sentidos, lo mejor es ir de uno por uno. Si usted está esperando su camión puede comenzar por observar lo que está a su alrededor fijándonos en los detalles que no solemos observar, luego podemos conectar los sonidos y tratar de escuchar más allá de los ruidos de siempre, después de eso podemos integrar los olores del lugar, y poco más adelante integrar el tacto para percibir las texturas, todo eso es posible mientras espera su ruta.
Si de pronto nos encontramos con algo sorprendente, detengámonos, aunque sea por un momento; vea, escuche, disfrute; sea como cuando era ese niño que se detenía frente a todo porque todo le asombraba. No pasa nada si le dedica unos momentos al olor del pan, a la florecilla que contra todo brota del concreto, a las nubes que forman gráciles figuras flotantes, a la gente que le rodea; déjese sorprender por la vida y por su capacidad de asombrarnos.
El mundo es un lugar maravilloso en el que podemos encontrar y hacer cosas maravillosas, sólo hace falta estar predispuesto a ello y, entonces, contagiar a quienes nos rodean con ese asombro, aunque en un principio nos digan que parecemos unos niños (de hecho, de eso se trata).
Muy bien lo dijo Gilbert Keith Chesterton: “Cuando somos muy niños no necesitamos cuentos de hadas, sino simplemente cuentos. La vida es de por sí bastante interesante. A un niño de siete años puede emocionarle que Perico, al abrir la puerta, se encuentre con un dragón; pero a un niño de tres años le emociona ya bastante que Perico abra la puerta”.
Al final del día, las personas más ricas no son las que tienen mansiones, sino las que hacen de su vida un paraíso.
jose@antoniozapata.com
La sorpresa puede ser tanto positiva como negativa, pero siempre podemos inducir aquella que es motor del descubrimiento, de la creatividad, de la atención, del aprendizaje e incluso de la empatía; es una actitud, una manera de vivir y de enfrentarse a la realidad. Marcel Proust dijo que “el verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos”, y es precisamente de lo que se trata: estamos rodeados de un mundo fascinante, de cosas maravillosas y de gente excepcional, sólo hace falta saber mirar.
Los sentidos nos permiten maravillarnos de un olor, de un sabor, de un tacto, de un sonido o de una imagen, pero precisan de nuestra atención para ser activados, y entrenados para que nos indiquen el camino a la sorpresa y el descubrimiento, y es entonces cuando nos damos cuenta que lo asombroso pasa frente a nosotros a cada momento.
Entrenar los sentidos requiere que aprendamos a estar en silencio con nosotros mismos y con nuestros pensamientos, pues sólo así podemos prepararnos; si nos quitamos los audífonos y dejamos de ver el celular podremos atender todo lo que pasa a nuestro alrededor; luego debemos ser capaces de fluir con nuestros pensamientos, tranquilos y relajados, esto no requiere de un estado zen ni mucho menos, esto lo podemos conseguir en el Optibús, en el taxi, conduciendo, caminando por la calle o sentados en una banca del Centro Histórico; lo importante es conseguir silenciar el ruido y gozar de estar acompañados de nosotros mismos.
Una vez que aprendemos a silenciar el ruido podemos conectar con el mundo y activar los sentidos, lo mejor es ir de uno por uno. Si usted está esperando su camión puede comenzar por observar lo que está a su alrededor fijándonos en los detalles que no solemos observar, luego podemos conectar los sonidos y tratar de escuchar más allá de los ruidos de siempre, después de eso podemos integrar los olores del lugar, y poco más adelante integrar el tacto para percibir las texturas, todo eso es posible mientras espera su ruta.
Si de pronto nos encontramos con algo sorprendente, detengámonos, aunque sea por un momento; vea, escuche, disfrute; sea como cuando era ese niño que se detenía frente a todo porque todo le asombraba. No pasa nada si le dedica unos momentos al olor del pan, a la florecilla que contra todo brota del concreto, a las nubes que forman gráciles figuras flotantes, a la gente que le rodea; déjese sorprender por la vida y por su capacidad de asombrarnos.
El mundo es un lugar maravilloso en el que podemos encontrar y hacer cosas maravillosas, sólo hace falta estar predispuesto a ello y, entonces, contagiar a quienes nos rodean con ese asombro, aunque en un principio nos digan que parecemos unos niños (de hecho, de eso se trata).
Muy bien lo dijo Gilbert Keith Chesterton: “Cuando somos muy niños no necesitamos cuentos de hadas, sino simplemente cuentos. La vida es de por sí bastante interesante. A un niño de siete años puede emocionarle que Perico, al abrir la puerta, se encuentre con un dragón; pero a un niño de tres años le emociona ya bastante que Perico abra la puerta”.
Al final del día, las personas más ricas no son las que tienen mansiones, sino las que hacen de su vida un paraíso.
jose@antoniozapata.com